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adstera

dimanche 31 mai 2015

Lonchas de carne fría

Los velorios son ridículos. Es sabido. Las personas se reúnen a rodear a un muerto. Y no sólo eso, sino que hay veces, que lo hacen durante toda la noche. Toda la noche rodeando a un ser marchito, observando su rostro inerte. Una epifanía maldita. Un ritual burlesco.

Después, el entierro; autos negros floreados marchando en fila india hacia el cementerio. Ese lugar silencioso donde abundan las placas, las flores plásticas y los apellidos.
Frente a tus ojos, los sepultureros suben al cajón con una máquina y uno ya no sabe quién o qué va ahí dentro. No sabe qué está haciendo allí. Todo pierde sentido. Todo.

Lo viví en el velorio de mi abuela. Todos rodeándola, hablando temas banales, cruzando las miradas por encima (de lo que quedaba) de ella, para conversar. El féretro estorbando nuestra charla. Y ahí caés. Cuando te estorba, caés. Te caen todas las fichas. Te das cuenta que estás frente a tu abuela, muerta.

Tu abuela murió. Vos la querías. La mirás distinto, asustada. Sentís escalofríos. Brotan recuerdos. Florece la imagen de su rostro contando historias, las mismas historias de siempre. La observás. Es espeluznante. Los dientes te castañetean. Está pero no está. Es ella y no. Es su cuerpo impávido, su piel ahora azulina. ¿Abuela sos vos?

Ahí me paro. Me paro y le doy un beso, el último beso. Me devuelve los labios fríos. Un día de mierda me devuelve. Me devuelve ver las bolsas llenas de tristeza colgando de los ojos de mi padre. La culpa de mi ausencia cuando él más me precisaba. La culpa de que haya muerto en sus brazos y yo no haber estado ahí porque no tenía fuerzas; llevaba dos días sin dormir, drogada hasta las patas. Cuando él me llamó para que fuera al hospital, no fui pensando en que todo iba a salir bien, que era otra de las veces que la iban a internar. Pero no. No fue otra de las veces. Ésa no. Esa fue la última vez y yo no estuve. Y tampoco estuve cuando mi padre le mandó un mensaje a mi madre diciendo que la abuela había muerto. Tampoco fui. Pensé que era una pesadilla. Lo llamé desde la cama, le dije que lo quería, corté y seguí durmiendo. Sí, seguí durmiendo. Mi madre y mi hermana también lo hicieron. La hostilidad puede ser infinita.

Cuando en el hospital una persona muere, no se llevan el cuerpo enseguida. Demoran. Todo el tiempo que tardaron, mi padre estuvo ahí, solo con ella. Él me lo contó. No quiero pensar en lo qué habrá sentido. Lo imagino en ese momento, desolado, mirando a su madre fenecida. Esa que le dio la vida, que lo vio crecer y que ahora a él, le tocaba ver morir. Lo imagino y no me perdono. 
Si pudiera volver el tiempo atrás, iría corriendo a abrazarlo y no lo soltaría.

A la mañana me levanté y no había sido un sueño, era realidad. Mi abuela Blanca había muerto. Y yo tenía que ir trabajar trece horas. Debía abrir el local a las 9 hr si lo que quería, era no tener que pagar la multa que le iba a venir a mi jefe. O que me echaran, en el peor de los casos. Así que fui llorando todo el camino. Llegué con la cara hinchada. Enseguida llamé a mi encargada, le dije que había abierto el local porque era una persona "responsable" pero que alguien me viniera a cubrir porque yo me iba al velorio de mi abuela.

Hoy mataría políticos y policías. Estallaría vidrieras. Incendiaría monocultivos. Destruiría maquinarias. Pondría bombas en bancos. Me cagaría en todo. Sería responsable en serio.
Responsabilidad es abrazar a alguien triste. Es ser consecuente en el amor.


No hay que besar a los muertos, te devuelven los labios fríos. 
Te devuelven dolor.

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