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mardi 20 mars 2012

Esas señales que no vemos… [#Adolescentes]

Esta mañana me levanté tempranito como todos los días para prepararle el desayuno a mi hijo el Retoñor, y mandarlo al colegio. Bueno, mandarlo, él va solito, en eso no me puedo quejar, es súper responsable y ni siquiera tengo que despertarlo para que se levante.

Mi hijo, por más que le diga el Retoñor, es ya un adolescente de 15 años, mide casi 1,80 m y ya no es un retoño, es casi un árbol, je.

Bien, todo normal. Desayunó, se preparó y se fue al colegio. 7:20 am. Entra 7:30 pero vivimos a dos cuadras, así que no hay problema de salir sobre la hora.

Como a los 10 minutos vuelve.

Pensé que se había olvidado de algo, cosa rara porque le pregunté antes de irse si llevaba todo, pero bueno, a veces pasa.

Mi hermana que estaba preparando desayuno para mi sobri-retoñito que también va a la escuela por la mañana, le abre la puerta y cuando le pregunto que se olvidó me dice “nada, ahora te cuento”

Yo estaba en la computadora leyendo el diario y revisando correo, Facebook y Twitter cuando viene y me dice:

“Hoy no tenemos clases, un chico del turno tarde se suicidó así que nos mandaron a la casa porque no hay actividades por duelo.”

Me quedé helada. Se me hizo un nudo en el estómago y quedé conmocionada.

Miren que me ha pasado de todo, el accidente que me dejó en silla de ruedas, enfermedades, lo que se les ocurra, así que digamos que estoy recubierta de teflón (como le dije a una amiga en Facebook) y creí que ya nada me afectaría, pero mientras mi hijo me contaba lo del suicidio de este chico que no conocía pero que iba al colegio de mi hijo se me hizo un nudo en el estómago y me dieron unas ganas de llorar terribles… Pensé en esos padres encontrándose con su hijo muerto de esa manera y en que vaya a saber que pasó por la cabecita de ese muchachito para tomar esa determinación.

Y como madre de un adolescente me puse a pensar en esas señales que no vemos…, esas señales que nuestros hijos mandan y que nosotros a veces no nos damos cuenta, señales que evidencian carencias de algún tipo y que tenemos que estar atentos como padres para saber detectarlas, para ver esas señales. No es fácil pero hay que prestar atención… No soy sicóloga ni nada por el estilo, pero soy madre.

De por sí algunos tenemos cosas que pasar, cosas que nos afectan, que nos hacen sufrir, cosas que sentimos tan abrumadoras que pensamos que la única manera de terminar con ese sufrimiento o padecimiento es poner fin a nuestra vida cuando ESA no es la solución, pareciera que si, pero no, definitivamente no es la solución…

Tengo la ¿suerte? (por decirlo de alguna manera) de estar en silla de ruedas y ser parte de la vida de mi hijo, de poder verlo cuando llega del colegio, cuando se levanta, cuando sale, cuando está en su compu al lado mío y puedo “pispiar” lo que hace, de “tantear” lo que piensa, de hablar con él sin problemas y con las cosas por su nombre; de enojarme, de retarlo, de que me saque de las casillas, de que venga y me abrace, me diga “Ivana” en vez de mami o mamá para hacerme “enojar”, de que a regañadientes me de el beso de las buenas noches, de que me diga lo que le gusta y lo que no le gusta, y la suerte - o bendición mejor dicho - de que puedo “ver” cuando alguna cosa no le gusta y no me lo dice.

Por su parte él ha tenido que convivir con el hecho de que su mamá tuviera un accidente que la dejara en silla de ruedas, que estuviera lejos de él por años (entre idas y vueltas cuando estuve internada) cuando era un bebe prácticamente  - porque él tenía 2 años y medio cuando me accidenté y el que lo cuidó fue mi papá (su abuelo) y su tía -, y  el que su mamá no sea como las demás mamás. Y les cuento que un día me dijo que a él no le importaba que yo estuviera en silla de ruedas y que no fuera “como las demás mamás”… Y yo me morí de amor… No por nada siempre digo que él es el viento bajo mis alas.

A lo que voy es que nuestra relación madre - hijo hasta ahora está dentro de los parámetros normales. A pesar de que es un adolescente rebelde sin causa como la madre (no puede negar que es mi hijo) y de todo lo que le pasó, nos pasó, con el tema del accidente.  Los problemas que tenemos no son entre nosotros, son los problemas que tiene una familia donde la plata no alcanza pero el amor sobra.

Pero cuando me contó lo que había pasado con este chico fue como…, no sé…, o mejor dicho me di cuenta que si sé como es o lo que pasó por mi mente.

A ver si me explico.

Siempre digo que la mayoría de las personas piensan: “A mí nunca me va a pasar”. Sobre todo cuando veo que me discriminan por estar en una silla de ruedas y no se ponen en mi lugar o demuestran empatía. Pero cuando mi hijo me contó lo que pasó con este chico me di cuenta que muy en el fondo yo pensaba: A mí nunca me va a pasar o no va a pasar en mi familia y ahí está el error.

Uno nunca sabe qué puede pasarle. Tal vez nunca pase nada. O tal vez pase de todo.

Yo era una de las que pensaba “a mí nunca me va a pasar”. Pensaba que el 31 de diciembre del ‘98 iba a ser un viaje más como el que siempre hacíamos y que recibiría el año 1999 en Bariloche. Pero no, terminé recibiendo el `99 en un hospital donde le dijeron a mi papá que prepara dos funerales en vez de uno (mi mamá había fallecido en el accidente).

Así que comprobé mi teoría de que estaba equivocada y que a cualquiera le puede pasar cualquier cosa, terrible, buena, lo que sea, y si te tiene que pasar, no hay escapatoria. Y eso que no creo en el destino, pero si creo, sé que todos en algún punto de nuestra existencia vamos a ser probados para ver de qué material estamos hecho.

Con el tema del suicidio es lo mismo. A cualquiera que conozcamos le puede pasar, aún a nosotros mismos.

Ya lo he contado muchas veces, y es que cuando estaba en el hospital en terapia intensiva por casi 3 meses y los dolores de las heridas del accidente (fracturas expuestas y desgarros porque literalmente me “partí” al medio y mi pelvis y caderas fueron el lugar por donde me “partí”) eran tan terribles e insoportables (curaciones, pinchazos, tubos por TODOS lados, tutores de metal por todos lados), les puedo asegurar que llegué a pensar que porqué no me moría y así dejaba de sufrir. Por suerte cuando empezaban esos pensamientos a rondar por mi cabecita loca, aparecía la imagen de mi hijo y obviamente que las cosas tomaban otro sentido y hacían mas tolerables los dolores del cuerpo y del alma.

A veces la muerte parece la salida más rápida y el escape perfecto a nuestros problemas. Y en cierto punto para nosotros terminará todo, pero piensen en los que quedan…

Ya sé que cuando las cosas se ven negras y la desesperación nos ahoga ni pensamos en los demás, solo pensamos en nosotros mismos, pero estoy más que convencida que si nos proponemos pensar en las personas que amamos, ese amor va a salvarnos.

Bah, a mí me pasó. El amor de mi hijo, de mi familia y el mío propio, hicieron que lograra sobrevivir y aceptar mi silla de ruedas y mi “nueva vida”.

Y créanme que no es NADA fácil despertar un día y saber que tu vida como las estabas viviendo NUNCA iba a ser igual, que nunca ibas a levantarte de una cama, de una silla de ruedas, que nunca ibas a poder correr con tu hijo, que nunca ibas a poder caminar.

Todos los problemas tienen solución, todos excepto la muerte. Que no es un “problema” morirse, es un paso nada más, no una salida, ojo.

Pero volviendo al tema del suicidio de este chico que iba al colegio de mi hijo, como padres debemos estar atentos a esas señales que nos envían nuestros hijos, porque les puedo asegurar que si nos ponemos a pensar y a prestar atención, las señales están ahí: silencios prolongados, malhumor, tristeza, rebeldía… Pero no un día están rebeldes y al otro contentos y serviciales, debemos estar atentos a pequeñas cosas que tal vez parezcan insignificantes para nosotros pero para nuestros hijos adolescentes sean UN MUNDO.

Es difícil si son padres que trabajan, lo sé lo sé, pero vamos gente, como padres tenemos alarmas silenciosas que por más cansados que estemos suenan y tenemos que prestarles atención.

Lo que ahora me resta es buscar un momento, de ser posible hoy, y hablar con mi hijo y ver qué es lo que pasó por su cabecita cuando supo lo que sucedió con este chico que se llamaba Axel.

Y debo confesar que quedé muy mal, muy triste, impotente, con ganas de llorar y de abrazar a mi hijo y no soltarlo más.

elcaminohacialaluz

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